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LA CIUDAD DE LA INNOVACIÓN Y LA CIUDAD DEL HAMBRE

Luis Perea Moreno. Arquitecto y profesor de urbanismo de la EPS

Cuando Mozart componía “La flauta mágica” y Goya pintaba “La maja desnuda” en las cercanías del año 1800, únicamente el 3% de la población mundial vivía en ciudades. Desde entonces, asistimos a una dinámica de crecimiento urbano constante, en la que 2008 marca el punto de inflexión. A partir de ese año hay, en nuestro planeta, más gente viviendo en los entornos urbanos que en el campo. Esto no ha hecho más que empezar y según las proyecciones de la ONU, en el año 2030, habrá en el mundo más de dos terceras partes de urbanitas (4.400 millones de personas).

 

Este desarrollo de las urbes ha transformado el propio concepto de ciudad. Ya no se encuentran los límites y pasamos a hablar de áreas metropolitanas, de megaciudades, de hiperciudades, de ciudades-región y, más recientemente, de megarregiones. Como datos, el Gran Tokio es la megarregión más grande del mundo con 55 millones de personas, seguido del corredor Bos-Wash (desde Boston a Washington pasando por Nueva York), con 54 millones de personas (el 18% de todos los estadounidenses)[1]. Mientras la mancha urbana crece, los territorios van configurándose en un devenir que parece ser un pacto entre necesidades, azar, planificación y mercados. Ante esta realidad, que observamos desde la ventana, arquitectos y urbanistas nos esmeramos en explicar lo que ya ha sucedido.

 

El fenómeno urbano es fascinante y puede con todo. Es un imán que agranda con el tiempo su capacidad de atracción. En este contexto, podríamos hablar, en la actualidad, de dos grandes tipos de ciudades, y permítaseme la simplificación: La Ciudad de la Innovación y la Ciudad del Hambre. La primera es la ciudad como la entendemos en occidente, la que asociamos en realidad al término ciudad y en la que vivimos. La segunda la podemos observar en el Tercer (y Cuarto) mundo, seguramente, desde cierta distancia. Nunca hemos paseado por ella. Es la ciudad de las chabolas, de las favelas, de las comunas o de los ranchitos. Nos queda lejana y parece de otro mundo.

 

La Ciudad de la Innovación busca diferenciarse. Se habla de “ciudades de excelencia”, de “ciudades inteligentes”, de “ciudades multifuncionales”, de “eco-ciudades”, de “ciudades creativas”, de “ciudades virtuales”, digitales, sostenibles, de “territorios de innovación”… La jerga es muy extensa y realmente seductora. El marketing juega su papel y en el potencial de atraer cerebros, empresas punteras, universidades e inversiones, parece estar el futuro. A esta ciudad le preocupa mucho conectarse a las redes globales, así como dotarse de proyectos “estrella”. Barrios recientes de alto diseño se alternan con zonas antiguas renovadas, mientras la periferia se extiende y lleva su poder de atracción a ciudades cercanas con las cuales establece nuevos vínculos. La Ciudad de la Innovación piensa en la densidad, la compacidad, la excelencia, la mezcla de usos, la diversidad social y tipológica, el reciclaje, el patrimonio,…

 

Recientemente, sin embargo, en la Ciudad de la Innovación (y fundamentalmente en aquellas que han hinchado con fuerza sus burbujas inmobiliarias) encontramos un paisaje contradictorio y complejo. No todo son luces y glamour. Junto a los edificios más impactantes, podemos ver esqueletos de hormigón y asfalto, sobre los que pesa el signo de la interrogación. Son los cadáveres de la crisis. Viviendas vacías, barrios deshabitados, infraestructuras infrautilizadas, deudas millonarias para las siguientes generaciones, un territorio devastado por la especulación, son la otra cara de la moneda que ha quedado expuesta en toda su fealdad, despojada de sus galas.

 

La Ciudad del Hambre no ha entrado en crisis. Quizás porque siempre estuvo dentro. No sabe qué es la prima de riesgo ni entiende de las oscilaciones de la bolsa. Se construye su propio mercado de suelo[2] y es la ciudad que más crece. Según Un-Habitat, el 95% del aumento demográfico entre 2000 y 2030 se produce y producirá en áreas urbanas de las regiones menos desarrolladas, en asentamientos precarios. La Ciudad del Hambre será por tanto, mayoritariamente, la ciudad del futuro. Como ejemplo, en 1992 podíamos encontrar en Ciudad de México a 6,6 millones de personas con rentas bajas en un espacio continuo de 348 kilómetros cuadrados de vivienda informal[3]. La ciudad del Hambre piensa en dónde conseguir agua potable, en alejarse de terrenos vulnerables, en hacerse con un cobijo mínimo, en asegurar la educación a los niños, en disminuir las muertes por enfermedades relacionadas con un saneamiento inadecuado, en sobrevivir,…

 

Según Mike Davis, “cuando las barriadas de chabolas y los asentamientos ocupados se desarrollan en cinturones continuos de vivienda informal, asistimos a la formación de megaáreas urbanas hiperdegradadas”. En “Planeta de Ciudades Miseria”, Davis analiza el porcentaje de población en estas áreas respecto a la población total, en algunos países. Así, en Etiopía, el 99% de la población vive en áreas hiperdegradadas. Este porcentaje llega al 92% en Tanzania, el 85% en Sudán, el 84% en Bangladesh… Aunque en India (55%) y China (37%), los datos porcentuales no son tan impactantes, en términos absolutos implican a 154 y 193 millones de personas, respectivamente.

 

Pese a este desarrollo, curiosamente (o no), la Ciudad del Hambre prescinde de arquitectos y otros técnicos. “La gente construye sus propios chamizos, se refugia en alquileres informales y divisiones piratas del espacio, o simplemente se instala en las aceras, pues el mercado formal de la vivienda rara vez cubre más del 20% de las necesidades en el Tercer Mundo”[4]. Se estima que 7 de cada 10 viviendas que se hacen en el mundo son auto-construidas, al margen del sector formal mercantil. Pese a ser una ciudad pujante, tenaz y enérgica, es también, sin duda, la más vulnerable y sensible a diferentes riesgos (inundaciones, riadas, terremotos, tsunamis, volcanes,…).

 

La Ciudad del Hambre es contemporánea a la Ciudad de la Innovación. Pueden aparecer entremezcladas, dándose la mano, aunque en la mayoría de las ocasiones, diferentes tipos de “muros” separan ambas ciudades, evidenciando sus diferencias sociales, económicas y de todo tipo.

 

Mientras la Ciudad de la Innovación es nuestro campo de atención prioritario y nos volcamos en sus demandas con toda nuestra energía, la Ciudad del Hambre no interesa o nos queda muy lejana. No es una ciudad de firmas ni de egos. Este artículo propone pensar un segundo en la Ciudad del Hambre. Y pensar desde nuestra formación de arquitectos y desde la capacidad que tenemos de intervenir en ella. Podemos trabajar en esta ciudad y quién sabe si ayudar a mejorar los siguientes datos:

 

- Más de 1000 millones de habitantes viven en alojamientos lesivos para su salud, en asentamientos precarios

- Más de 1.100 millones de personas carecen de agua potable a menos de 300 m

- Más de 2.750 millones no tienen ningún tipo de saneamiento (> 40 % mundial)

 

“Las estimaciones más recientes indican que con saneamiento mejorado y agua potable se salvarían 2,2 millones de niños menores de 5 años, en el mundo, cada año”[5].

 

Luis Perea Moreno. Arquitecto y profesor de urbanismo de la EPS

 



[1] Richard Florida. “Las Ciudades Creativas”

[2] Naciones Unidas señala que “durante los últimos treinta o cuarenta años, los mercados del suelo informales o ilegales, han sido los principales proveedores de nuevos espacios de alojamiento en la mayoría de las ciudades del Sur global”. De “Planeta de Ciudades Miseria”. Mike Davis

[3] Mike Davis. “Planeta de Ciudades Miseria”

[4] A.S. Oberay, “Population Growth, Employement and Powerty in Third World and Mega-Cities”

[5] Datos de la OMS incluidos en el Informe sobre Desarrollo Humano 2011 del PNUD




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